Les comparto un intento personal y cortísimo por abordar la historia del soneto, publicado en la bellísima primera edición de la revista Ítaca, de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de Caldas.
miércoles, febrero 22, 2017
lunes, enero 16, 2017
Una noticia que me graduó de psicólogo
La secuencia de hechos fue la siguiente. Primero vi la
noticia en el diario. No lo podía creer. Luego de leerla pensé: esto tiene que representar un trastorno
psicológico o mental. Así que me di a la tarea de buscar el nombre de la
condición esa. Lo que no imaginé en un principio es que fuera tan difícil la
búsqueda -y en cierta medida tan infructuosa-.
Al día de hoy apenas vislumbro algunos conceptos que se
acercan al trastorno, pero no uno que lo defina por completo.
La enfermedad que reflejaba la noticia es esta: se trata de
cierto comportamiento humano en el que una persona adhiere a un concepto o
defiende una idea desde un lugar que, para la práctica totalidad del mundo,
resulta evidentemente contradictorio (no así para el personaje en cuestión).
Va un ejemplo: los neonazis bogotanos.
Quienes así se proclaman obvian consciente o
inconscientemente hechos como su color de piel o sus apellidos y defienden, sin
encontrar contradicción en ello, la posibilidad de enarbolar las banderas arias
desde Guatavita o desde Fúquene.
¿En serio? ¿No es un chiste? Las mismas dos preguntas que
todos nos hacemos cuando nos enteramos de los nazis chibchas fueron las que me
hice cuando leí la noticia en El Espectador. Y no pude librarme de la idea
obsesiva sobre que tenía que representar un trastorno psicológico o mental.
Consulté fuentes respetables y lancé un llamado virtual a
mis amigos psicólogos y académicos. Finalmente el Doctor Hernán Toro me dirigió
al extenso listado de los sesgos
cognitivos: esas perturbaciones de la mente que conducen a interpretaciones
faltas de lógica, a juicios inexactos y a distorsiones cognitivas. La lista era
larga e incluía más de cincuenta formas para autoengañarnos, para distorsionar
nuestro juicio o para vendernos una mentira, todo ello si el engaño nos hace
sentir mejor o resulta conveniente a nuestra argumentación.
Inventario en mano, releí la noticia para asegurarme de los
detalles y me sumergí en él con la esperanza de encontrar la descripción del
trastorno que me obsesionaba; ese mismo que -va otro ejemplo- aqueja a tantos
políticos colombianos: quien ayer compró su reelección con puestos, hoy
vocifera, sin ruborizarse, contra quien tramita sus proyectos ofreciendo
prebendas. Un enroque mental que solo se sostiene desde una negación absoluta
de la realidad y desde una opción por el autoengaño.
El resultado de mi pesquisa fue agridulce. Si bien encontré
un trastorno cuya definición se dirige sin lugar a dudas a la condición que
aparecía en la noticia que había leído, su puntería no era ciento por ciento
precisa.
Sesgo de prejuicio de
punto ciego. Así se llama la vaina.
El término fue acuñado por
los psicólogos Emily Pronin, Daniel Lin y Lee Ross del
Departamento de Psicología de la Universidad de Princeton, y se trata, palabras
más, palabras menos, de una condición en la cual uno mismo juzga los prejuicios
ajenos, pero no se da cuenta de los prejuicios propios.
La definición encaja perfectamente con la
noticia, con los nazis mestizos y con los políticos amnésicos en el hecho de
describir al ciego que no quiere ver
o al sordo que no quiere oír, pero
solo hace referencia a los prejuicios. Así que, apoyado en el hallazgo de los
profesores de Princeton y en mi proactiva desvergüenza, he decidido nombrar el
trastorno como Sesgo de punto ciego
cognitivo, para extender su alcance definitorio más allá de los prejuicios.
Y así lo describiré para las prestigiosas revistas
científicas que quieran la primicia (recordando a un personaje de Les Luthiers
que fundó Caracas en pleno centro de Caracas) hasta que aparezca quien me dé luz sobre su nombre real -¡tiene que tenerlo!- y trunque mi carrera de advenedizo
psicólogo clínico: el sesgo de punto ciego cognitivo consiste
en un trastorno de la percepción de la realidad en el cual el paciente adhiere
a una idea o defiende un discurso abiertamente contradictorio con sus ideas
previas o su condición personal, no siendo consciente de esta contradicción (o
siéndolo, pero importándole un soberano pepino).
¡Ah! ¡La noticia!
Apareció el pasado 11 de enero en El Espectador y el
titular, referente al pontífice de los católicos, era este: Papacritica "falsas esperanzas" que proponen ídolos o adivinos.
¡Todavía no me repongo!
**
Imagen tomada de:
http://infocatolica.com/blog/praeclara.php/1503240832-acerca-del-principio-de-no-co
jueves, enero 05, 2017
La deshonestidad intelectual del uribismo antisantisantista
Alessandro Baricco despliega en su ensayo City la revolucionaria tesis de que el
concepto de honestidad intelectual es un oxímoron. Sostiene, con su espléndida
prosa, que no podemos ser honestos intelectualmente ya que la honestidad y el
pensamiento se oponen, y que ello ocurre porque, una vez expresado, el
pensamiento pierde contacto real con su origen, se hace ajeno a quien lo emite
y puede ser utilizado por otros -como ocurre comúnmente hoy- para matar.
Firmo por completo la postura de Baricco, pero solo en lo
referente a la acepción del concepto que se ocupa de la relación de propiedad
entre las ideas y quien las expresa. No así para la segunda de las acepciones,
la que define la honestidad intelectual como la máxima expresión del juego
limpio en el duelo de las ideas, como la búsqueda por liberar de
intencionalidades los planteamientos propios, tanto como sea posible, y de
someterlos permanentemente al juicio de los conceptos que les sean contrarios.
Ese tipo de honestidad intelectual no solo no es un oxímoron,
sino que representa el más alto nivel de honradez en la construcción del
pensamiento. Bien lo sabía Karl Popper cuando, planteando sus doce principios
para una nueva ética profesional del intelectual, sostenía que la
postura autocrítica y la sinceridad se tornan deber.
He vuelto durante las pasadas semanas a
Baricco, a Popper, a Dawkins y a varios otros que han puesto sus ojos y sus
letras en el tema de la honradez de pensamiento, para intentar comprender -si
algo como eso es posible- una gigantesca deshonestidad intelectual omnipresente
en Antioquia: la de declararse uribista y a la vez antisantista.
La naturaleza deshonesta de esa postura
es elemental: todas las críticas que los detractores suelen enrostrarle al
presidente Santos pueden también aplicársele a Álvaro Uribe. Y solo quien sufre
la ceguera derivada del fundamentalismo (cuyo prerrequisito es, obviamente, la
deshonestidad intelectual) puede negar que es así.
¿Que Santos capituló ante los
guerrilleros? Uribe lo hizo ante los paramilitares.
¿Que Santos compró con prebendas al
congreso para la aprobación de sus proyectos? Uribe lo hizo para la aprobación
de su reelección.
¿Que Santos utiliza la maquinaria del
Estado para sus beneficio? El de Uribe utilizó el DAS como una maquinaria de
espionaje.
¿Que Benedetti, que Barreras, que
Cristo? Que Santoyo, que María del Pilar, que Andrés Felipe Arias.
Y sucede así, de manera inexorable:
para cada crítica contra Santos, existe una réplica casi idéntica contra Uribe.
Creo, en lo particular, que el gobierno de
Juan Manuel Santos ha sido desastroso. Y creo, como consecuencia de eso, que
existe un fundamento intelectual para declararse antisantista.
Creo, incluso, que se puede ser
intelectualmente honesto y al mismo tiempo uribista: basta estar convencido
-hay muchos que lo están, por muy espeluznante que parezca- de que los métodos
del expresidente Uribe son los adecuados para conducir al país.
Lo que no admite discusión es que
defender a Uribe y al mismo tiempo atacar a Santos implica sine qua non una decapitación de la autocrítica y una ceguera
consciente ante las realidades de los últimos lustros en el país, lo que es
igual a decir una absoluta deshonestidad intelectual.
Aunque, pensándolo bien, existe un
siguiente nivel de análisis que podría dinamitar mi postura: la deshonestidad
de todo tipo (¿y por qué no, entonces, también la intelectual?) es
consustancial al uribismo, ergo, ser intelectualmente deshonesto y ser al mismo
tiempo uribista implicaría la mayor de las honestidades.
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Imagen tomada de http://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/07-2016-santos-y-uribe-divorcio-definitivo
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