¿Todos los saberes deberían someterse al método científico
para ser validados? ¡Por supuesto que no! Solo deben hacerlo -y en esto no
existen excepciones- los que pretendan adjudicarse un valor predictivo.
Disciplinas como la filosofía, por ejemplo, sustentan su
validez en procesos muy diferentes a aquellos que validan la farmacología o la
química. Y la diferencia de los métodos validadores se deriva de la naturaleza
misma de las disciplinas que validan: las dos últimas, a diferencia de la filosofía,
reclaman para sí un valor predictivo y esa pretensión requiere, sine qua non, el paso por el más sólido
tamiz que hasta el día de hoy ha desarrollado la ciencia: el método científico.
La filosofía -pecando de simplistas-, ofrece herramientas
para analizar la existencia. La farmacología -siendo exactos- pretende decirte:
"si tomas esto, tendrás estos
efectos, en tanto tiempo, los efectos secundarios serán estos y las
interacciones con otros medicamentos serán aquellas". Y el papel del
método científico en esa última ruta del conocimiento consiste en garantizar,
en la medida de lo posible, la inexistencia de sesgos derivados de elementos
como la percepción individual o los intereses personales.
Ante la proliferación de terapias, promesas farmacológicas y
promociones resucitadoras con las que nos asalta el nuevo siglo, conviene ser
enfáticos y rotundos: en el caso de las disciplinas con pretensiones
predictivas -la medicina, la farmacología, la genética, la química, entre
otras- solo la validación por el método científico conduce a una validación de
la práctica. Cualquier otro intento de justificación es contrario a la postura
de la aplastante mayoría del cuerpo científico mundial.
Y así parece haberlo
entendido la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos al ordenar a
los fabricantes de medicamentos homeopáticos la inclusión en sus empaques de una
advertencia en la cual se aclare que "no hay evidencias
científicas de que el producto funcione y las indicaciones alegadas se basan
únicamente en teorías de la homeopatía del siglo XVIII que no son aceptadas por
la mayoría de los expertos médicos actuales”.
Solo el laboratorio homeopático francés
Boiron tuvo ventas por 607 millones de euros en el 2015. Con ese nivel de ganacias
puede entenderse perfectamente la inundación publicitaria de productos como su
Oscillococcilum: un pretendido antigripal cuyo contenido (remitámonos a su
etiqueta) es nada. O, para ser más exactos, nada excepto sacarosa y lactosa
(azúcares, en palabras más sencillas).
"A mí me sirvió mucho la
homeopatía". Esa es la defensa que más suele escucharse. Y no dudo que a
quienes la defienden les haya servido. La pregunta es ¿cuál es la razón por la
que les resultó útil? Y la respuesta es sencilla. Por las mismas razones por
las que a algunos les resultan útiles la lectura del tarot, la carta astral o
el reiky: muchas enfermedades se autolimitan, muchos pacientes solo necesitan
un médico que los escuche (¡y en eso, los alternativos han hecho su tarea a las
mil maravillas!) y el efecto placebo está más que documentado.
No creo que deba suspenderse el
ejercicio de la homeopatía. Pero sí debe informarse a quienes acuden a ella que
la práctica homeopática tiene la misma validez científica que la lectura de los
caracoles, que los costosos medicamentos homeopáticos no contienen principio
activo alguno y que ni una sola de las promesas terapéuticas que ofrece está
validada por un soporte científico serio.
Luego de eso, cada cual está en el
derecho de gastar su dinero en el juego de azar que desee.
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Imágenes tomadas de: https://goo.gl/m0FsDi y
https://goo.gl/O0Kv9W
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