Medellín, junio 26 de 2018
Respetado Don Señor.
Me dicen las redes y algunos medios que su
nombre es Rubén Darío Arbeláez y otros que uno de sus negocios es la explotación
y venta de madera; de hecho, mencionan algunos negocios más como suyos, pero en
vista de que no puedo reconfirmar ni lo último ni lo primero, prefiero llamarlo
con el nombre genérico que mi abuelo utilizaba.
Como vecino del barrio Laureles, lo felicito, Don
Señor. Acaba usted de sumar a sus propiedades uno de los tesoros más valiosos
de nuestra comunidad: el local en el que funcionaba El Teatrico. ¡Viera usted
las cosas tan hermosas que ese lugar le trajo a nuestro barrio! Pudimos ver
montones de espectáculos nacionales e internacionales, conocimos artistas que
solo se veían en la televisión o el cine —¿Le suenan nombres como Julián Arango, Edgar
Román, César Mora, Kepa Amuchastegui o Maria Cecilia Botero? — y, sobre todo, tuvimos por varios
años un lugar para encontrarnos.
Usted no se
imagina, Don Señor, lo difícil que es lograr que una empresa cultural sea
rentable y autosostenible en esta ciudad. ¡Y El Teatrico consiguió serlo en
este tiempo! ¡Y dejar ganancias! Eso es casi un milagro que se consiguió
gracias a dos virtudes presentes en el equipo que lo manejó y que imagino que
usted, como empresario, conoce y valora en su real dimensión: la entrega y al
empeño.
¡Claro! Como
es obvio, las ganancias económicas de un teatro jamás se acercarán a las de la
madera, por mencionar solo uno de los negocios en los que se dice que usted ha
sido tan exitoso. Si pensamos en un mundo en el que todo es plata, ese local de
la Avenida Nutibara, jamás le dará lo que sus otros negocios, Don Señor. Pero me
imagino que usted sabe que ni todas las ganancias se miden en dinero ni todo se
consigue con él. Si así fuera —y se lo digo como médico—, los servicios
de cancerología no tendrían pacientes ricos, los hijos de personas adineradas
no sufrirían enfermedades catastróficas y ningún poderoso moriría solo en un
hospital; sin embargo, la realidad nos demuestra todos los días que sucede justamente
lo contrario.
Le cuento, Don Señor. Ese edificio del que
usted acaba de tomar posesión guarda mucho más que el valor de sus ladrillos,
sus acabados y su lote. Ahí está lo que para miles de personas significa la
esencia de la vida: el abrazo, el encuentro, la sonrisa, el disfrute. Claro, no
está la cantidad de dinero que usted busca, pero para eso están los otros
negocios, ¿no?
Comprar este local no es igual a comprar el
local de una sucursal bancaria. Ahí está la diferencia. Lo de allá es dinero,
lo de acá es la alegría de un montón de gente. No nos quite eso, Don Señor. Por
favor. Usted es padre y posiblemente será abuelo. Cerrar El Teatrico no hará
que sus hijos crezcan más cómodos. Permitir que permanezca sí podrá darle, con
total seguridad, un motivo para que ellos se enorgullezcan de usted.
Mil gracias, Don Señor.
Carlos Palacio
Vecino del Barrio Laureles
Medellín
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